Imagina por un momento un día en el que vas conduciendo tranquilamente. En ese momento aparece un conductor temerario que provoca que tengas que pegar un frenazo y dar un volantazo para evitar un accidente. Comienzas a gritar como un energúmeno "¡Hijo de puta!" "¡malnacido!"... Te abordan pensamientos de irritación y venganza. Aprietas fuertemente el volante como si fuese el cuello de ese conductor y todos tus músculos de la cara se tensan, pareciendo un asesino en serie.
En muchas ocasiones llegados a este estado, somos nosotros los que buscamos que ese conductor no se vaya de rositas. Aceleramos y nos pegamos al maletero de su coche, intentamos adelantarle peligrosamente y ponernos a su lado para explicarle con la mejor comunicación no verbal posible, nuestro descontento con sus actos, o lo que es lo mismo, mandarlo a la mierda haciéndole saber lo que opinamos de su madre y de sus familiares ya fallecidos.
Comparemos ahora el hecho de que cuando acontece el momento en el que el otro conductor está a punto de sacarnos de la vía o de hacer que nos estampemos, pensamos "es muy posible que no me haya visto o que tenga una urgencia médica". Este pensamiento reduce nuestro enfado, ya que interviene la compasión hacia el otro o simplemente abrimos nuestra mente un poco más a otras posibilidades que controlan nuestra rabia.
El problema de la rabia es que la mayoría de veces escapa de nuestro control. Eso lo podemos ver en muchos actos cotidianos en los que estando enfadados hemos sacado la rabia que se ha apoderado de nosotros. Por culpa de ésta hemos perdido relaciones, negocios, dinero, salud, felicidad, tranquilidad....
Aún así hay varios tipos de enfado. Por ahora hemos visto el enfado que sale de la amígdala como consecuencia de un acto repentino. Pero también el que sale del neocórtex , que fomenta un tipo de enfados más calculados, como la venganza fría , que parecen que escondan una buena razón.
El enfado es el estado anímico más persistente y difícil de controlar. Es difícil de controlar porque el monólogo interno que lo alimenta es bestial. Nos empezamos a decir argumentos convincentes que justifican el hecho de poder descargarlo sobre alguien. A diferencia por ejemplo de la melancolía, el enfado nos resulta energizante e incluso euforizante.
Llegados a este punto, algunos os preguntaréis ¿se puede controlar la ira que siento al estar enfadado?
Hay que tener en cuenta que cuantas más vueltas demos a los motivos por los cuales estamos enfadados, mejores razones y más justificaciones encontraremos para seguir enfadados. Los pensamientos obsesivos son la leña que alimenta el fuego de la ira del enfado y la única manera de que se apague este fuego, es contemplar las cosas desde un punto de vista diferente.
Así pues, uno de los sistemas más poderosos para calmar el enfado es intentar encuadrar la situación que nos lo ha provocado, en un marco más positivo.
La relación entre el enfado continuo o prolongado y la felicidad es evidente. Hay gente a nuestro al rededor que parece que viva enfadada permanentemente y su infelicidad se ve claramente.
Si queremos lograr una evolución personal y una mejora y gestión de nuestras emociones, es fundamental aprender a gestionar el enfado.
Os animo a que hagáis la prueba. Detectad cuando el enfado empieza a apoderarse de vosotros en cualquier situación, e intentad no avasallaros con pensamientos obsesivos, abrid la mente a un marco más positivo. A corto plazo notaréis mejoras evidentes, pero a largo plazo actuaréis de forma más inteligente y os convertiréis en personas con muchísimo más poder consigo mismas.